Desastre

desastreLa mañana del día final era tan hermosa como cualquier otra. Nada indicaba lo que ocurriría. Nada presagiaba el final.

Ella caminaba desde hacía un buen rato, sin rumbo fijo. Caminaba desde antes que amaneciera. No quería pensar ni sentir. No quería que ningún pensamiento la distrajera de lo que iba a hacer.

Recordó a su familia, presa por ideologías contrarias al régimen que imperaba en su país. Recordó a sus padres: alegres, amorosos y con esa rara aptitud que tenían para hacerte entender las cosas. Recordó a su hermano: tan inteligente, tan guapo, tan molesto a veces por su aire de “yo-lo-se-todo”. Recordó a sus sobrinos: vivarachos, gentiles, atolondrados pero sinceros…todos muertos ahora.

Recordó sus agonías y recordó sus muertes.

Sus pasos la encaminaron a una banca en el parque. Se sentó y miró a su alrededor.     Vio a unos niños jugar… y le recordaron a su hijo

Su pequeño hijo, que le gustaba juguetear con su cabello… recordó su rostro, su amado rostro… recordó su muerte, despiadada en manos de los soldados…

Una lágrima involuntaria resbaló por su mejilla. La eliminó con un ademán molesto, como quien aleja a una mosca.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí, estática, viendo jugar a los niños… recordando… recordando…

Un rayo de sol crepuscular (tinto como la sangre) la sacó de su ensimismamiento.

Se encaminó a la embajada. Traspasó las puertas de cristal y se paró en medio del vestíbulo. A pesar de la hora, había mucha gente…

No lo pensó más.

Una claridad impresionante la envolvió mientras estallaba en mil pedazos y arrasaba con lo que había a su alrededor.

Luego… silencio.

Silencio y nada más.

Despertó, asustada… ¿estaba segura de lo que iba a hacer? Ahora no lo sabía. Se comenzó a vestir. Miró la bomba asomada a un lado de su cama.

Miró a través de la ventana abierta y escuchó a los niños que jugaban afuera… en el parque…

    

Por: Gloria Herrera Garnica

También te podría gustar...