Cuéntame tus Secretos
Historia de un cuento contado por primera vez
Hace poco, Meg Hodgkin lippert, consejera en cuestiones educativas y narradora profesional, dirigió un taller denominado «Folclore familiar: conservación de los relatos del pasado», en colaboración con su padre, en la Ciudad de Nueva York. Los más de los adultos de entre su escaso auditorio eran extranjeros. «Al tratarse de reunir el folclore familiar», Meg les dijo, «la fuente más fácil donde comenzar está en uno mismo”. Distribuyó entre sus oyentes un cuestionario y los invitó a que formasen parejas y se entrevistaran uno u otro.
La sala no tardó en encontrarse llena de personas animadas que se intercambiaban anécdotas acerca de su apellido, de la tía abuela Maggie y el reloj de bolsillo de su abuelo. Al fin Meg llamó al orden a los presentes: “¿Hay algunos voluntarios que quieran contarnos algún recuerdo?”
Cierta señora, de mediana edad y baja de estatura, se puso en pie y empezó a hablar, no sin nerviosismo: «Nací en Estonia, y a nadie le he contado esta historia hasta ahora». Miró a su alrededor, titubeante, y procedió a describir cómo fue que, cuando era niña, sus padres le regalaron una linda muñeca francesa, a la cual dio ella el nombre de Chérie. La consideraba su más preciada posesión. Cuando la narradora contaba con doce años vino a vivir a su casa Doris, una prima cuyo padre acababa de morir. La primita jugaba constantemente con Chérie, y cuando debió marcharse, Doris se abrazó con fuerza a la muñeca. “Doris ha perdido a su padre», la madre de la niña de doce años le había dicho, «y tiene mayor necesidad de la muñeca que tú. Déjasela a Doris. Ya Dios te la devolverá».
Yo lloraba sin cesar. Con el paso del tiempo, al ver que no me devolvían a Chérie, perdí la fe en Dios». El mundo pasaba entonces por una época terrible. «Aquello sucedió cuando tuvimos que huir de Estonia a causa de los nazis».
La narradora se enteró de que la Luftwaffe (la Fuerza Aérea alemana) había bombardeado la casa en que vivía Doris y que el fuego había consumido totalmente la casa. Doris y su familia habían escapado de allí sin otra cosa que la ropa que llevaban puesta. No tardaron todos los parientes en huir de Estonia. Los que no perdieron la vida en la matanza se dispersaron y reanudaron la existencia en otras tierras, nuevas para ellos.
[pullquote-right]»Yo lloraba sin cesar. Con el paso del tiempo, al ver que no me devolvían a Chérie, perdí la fe en Dios»[/pullquote-right]A la larga, contó la narradora, logró llegar a Estados Unidos. Pasaron los años, pero no se olvidó nunca de Chérie. En esto, con gran sorpresa suya, supo que Doris estaba con vida… y que también se hallaba en el país. La narradora y su prima se encontraron una con otra dos o tres veces, pero ninguna de te ellas mencionó jamás a la muñeca.
«Cuando nació el primero de mis hijos, Doris vino a visitarme. Me traía un regalo». La narradora se esforzaba por no soltar las lágrimas. «Era Chérie. Doris me contó que al escapar de su casa en llamas, envolvió a la muñeca en su pañoleta y había conservado a Chérie mientras duró la guerra.
«Si creen ustedes que antes lloré, eso no fue nada comparado con las lágrimas que derramé al ver a Chérie. Y entonces recobré la fe en Dios. Porque lo que mi madre me dijo resultó cierto».
Se sentó. (En aquel momento, buen número de las personas que se hallaban en el salón sentían como que todos los presentes formaban parte de la misma familia. Pero estas cosas se las dirían unos a otros más tarde, una vez terminado el taller).
Ya Meg se levantaba delante de ellos y les decía: «Relatos como este constituyen nuestro legado. Son de gran importancia para nosotros, como lo son para nuestra cultura. Parte del encanto del folclore familiar estriba en saber recordar alguna anécdota y contársela a los demás. Es entonces cuando se convierte en parte de nuestra propia historia.”
Por: Glenn Collins
Condensado del “Times” de Nueva York, 1983.