Secretos Lejanos de la Gran Muralla
Ninguna fotografía jamás tomada, ni aún una visita a cualquier sección de ella pueden, en efecto, trasmitir nada más que una leve idea de la magnificencia de inmensidad de la Gran Muralla china. Extendiéndose a través de una vigésima parte de la circunferencia terrestre, desde las costas del Pacífico hasta el límite del Desierto de Gobi, es la hazaña más estupenda que haya emprendido el hombre. En sus 5,631 kilómetros de longitud, la muralla contiene suficiente material de construcción para rodear el globo en la línea ecuatorial con una barrera de 2.40 metros de altura y un espesor de 1 metro.
Comenzada el siglo III antes de Cristo; con agregados en diversas épocas, en los siguientes 1,300 años, serpentea, se abraza y se pliega sobre sí misma, con un trayecto sinuoso que cruza planicies y valles, escala montañas, sumergiéndose en profundas gargantas, bordeando precipicios y vadeando rugientes ríos. Nadie sabe por qué este baluarte sigue un curso tan extraño, o por qué se extiende para defender los picos montañosos, sobre los cuales ningún ejército invasor le sería posible pasar. Sabemos, por remotos dichos, de los terribles sufrimientos del millón de hombres que fueron reclutados para construir la fortificación. Muchos eran intelectuales de la elite china, cuyas suaves manos jamás había manipulado una herramienta más pesada y un pincel para escribir. Trabajando penosamente, con el poco abrigo de ropas, expuestos al inclemente frío y el calor. Sus cuerpos enterrados en los cimientos, junto con aquellos de obreros amurallados vivos por su fracaso con el trabajo duro en demasía, le había otorgado la muralla el apelativo de “el Muro de las Lágrimas” y el de “el más largo cementerio sobre la Tierra”.
La Muralla se convierte gradualmente en una obra maestra de la arquitectura militar. Una sólida fortificación de 4,57 a 9, 14 metros de ancho en su base, está construida con bloques de granito gris con un promedio de altura de 6 metros, coronada por unos entrepechos de 1,50 metros de altura, entre los cuales corre un camino lo suficientemente ancho para cinco caballos galopando uno al otro lado.
Esta obra arquitectónica no fue construida para caballos, ni tampoco para turistas, ya que el camino trepa en ángulo tan empinado, que resulta una dura batalla alcanzar la cresta a través de los resbaladizos guijarros, si al fin se logra llegar. Cómo los bloques graníticos fueron transportados hasta las alturas sin ayuda de maquinaria alguna, es un misterio. Las leyendas chinas dicen que fueron a las arrastrados por cabras montañeses gigantes. Sin embargo, la Muralla no presenta el mismo aspecto en toda su extensión dado que los arquitectos usaban los materiales disponibles, sin elección. En terreno ondulado y en las planicies trabajaban con arcilla, a la que luego cubrían con encofrados de madera; también cavaban colinas naturales que, a posteriori, era revestidas y rematadas con piedra. En la zonas desérticas usaban ladrillos de adobe, los que a través de los siglos se han desmoronado convirtiéndose en informes montículos que se extienden por miles de kilómetros, muchos cubiertos por la arena generada por el viento. En otras partes la Muralla casi desapareció y sus piedras se presume fueron transportadas para la construcción de viviendas.
Todavía en pie, aún en áreas donde la Muralla ya no existe, se encuentran muchas de las torretas de 12,20 metros de altura que protegían la guarnición. Construidas en intervalos de 213 metros, apartadas casi a dos tiros de flecha entre ellas, estaban coronadas con blocaos desde los cuales los soldados armados con poderosas ballestas podían arrojar flechas con puntas de metal capaces de atravesar las armaduras de los invasores, o guijarros que mataban como verdaderas balas. Con señales de humo durante el día y con destellos de fuego en la noche, los vigilantes de la Muralla podían transmitir mensajes a través de todo el imperio en veinticuatro horas.
Los chinos no fueron los que originaron las murallas de protección. Estas fortificaciones están entre las más antiguas reliquias de la civilización apareciendo en Oriente Medio inmediatamente después del desarrollo de las ciudades hace 8,000 años. Pero China tenía una particular urgencia por ellas. El sólido país se asienta en el borde de la gran planicie de Asia Central llamada por los historiadores “la cuna de las razas”.
En los primitivos tiempos, oleadas de tribus nómadas dejaron las yermas estepas en busca de mejor vida y las partes más apropiadas para ellos, en el continente euroasiático. Celtas, persas, germanos, eslavos, fineses, húngaros y turcos se encaminaron hacia el Este para conquistar y destruir los imperios y civilizaciones de Medio Oriente y Europa y eventualmente establecer su propio reinos. Los hunos, los khitans, los tanguts, nuchens, mongoles, tártaros y manchúes se encaminaron hacia el Este y del Sur dentro de la fértil Valle del Yellow River (Rio Amarillo), arrasando todo cruelmente a su paso. Prácticamente las dos dinastías registradas que gobernaron China, o partes de ella por 4000 años, descendían de una u otra tribu de nómadas zambos que vivían cabalgando y se alimentaban con leche de yegua y queso rancio.
Pero China, con su enorme población y sus vastedad, tuvo la habilidad de engullirse a sus invasores, casi sin dejar trazas de ellos. En el curso de una o dos generaciones, todas las hordas salvajes sucumbieron a la civilización que tan ávidamente habían tratado de destruir, convirtiéndose en chinos a su vez.
Las constantes incursiones mantuvieron a China políticamente conmocionada durante casi 2,000 años. En el siglo III antes de Cristo, estaba dividida en una docena de estados feudales guerreros, cada uno rodeado por una muralla protectora. Pero el destino de China cambio en el 234 antes de Cristo, cuando un jovencito de 13 años accedió al trono del aun medio civilizado reino de la frontera oeste de China. Unos dicen que era el hijo de una bailarina, otros de una prostituta, quien ya estaba embarazada cuando se convirtió en la favorita del rey. Sus enemigos lo describen como poseedor de “una nariz puntiaguda, ojos rasgados, de aspecto raquítico, voz de lobo y corazón de tigre”. También era un genio militar y político. Lanzado a una guerra de un salvajismo sin precedentes contra sus vecinos – sus generales informaron de la matanza de 400,000 soldados del reino rival después de su rendición -, conquistó o aterrorizó hasta la sumisión el total de la China civilizada, en el lapso de doce años, convirtiéndose en el amo soluto de un área tan grande como toda Europa.
Asumiendo el título de Ch’in Shih Huang-ti (literalmente primer soberano emperador de Ch’in) emprendió la tarea de unificar el país en una identidad nacional cohesionada (de ahí que el país “China” tomara sun nombre de la dinastía de su emperador Ch’in), a través de una serie de hábiles diligencias que influyeron en la vida de 1,000 millones de hombres chinos hasta el día de hoy. Abolió el feudalismo, organizó el país en cuarenta y una provincias bajo una administración centralizada, que persistió hasta el establecimiento de la República China en 1912. Decretó para la nación una sola forma de escritura, que permitió a los chinos que hablaban diferentes lenguas se entendieran entre sí desde entonces a través de la escritura. Unificó a las leyes al uso, codificó estatutos legales, y estandarizó los pesos y medidas para toda China, entre otras cosas.
Una de las más inspiradas decisiones de Ch’in fue derribar las murallas que dividían el país, excepto las que daban al norte, que era la orientación de la cual podría llegar el enemigo. Completada esta defensa con ensanches y fortificaciones de piedra, la extendió hacia el este y el oeste con un largo de 2,887 kilómetros a través de toda la frontera del imperio, ésta se convirtió en la Gran Muralla. Si la extensa defensa significó un éxito para rechazar las invasiones, es una suposición cuestionable, ninguna de las acciones del monarca sirvió más efectivamente que el de unificar los variados grupos étnicos del imperio en uno solo y darle un sentido de identidad nacional. Desde aquellos tiempos en adelante, todo al norte de la Gran Muralla era considerado, territorio bárbaro; todo al sur era China. En vista de tales logros, se pudiere pensar que el Primer Emperador sería venerado como el padre de su país. En lugar de eso su nombre fue execrado durante 2,000 años. Porque junto con sus admirables cualidades fue paranoico y megalómano, que imponía sus leyes con una brutalidad sin precedentes, impartiendo la muerte a la menor infracción. Durante su reinado, prácticamente todos los hombres en buenas condiciones físicas, y también las mujeres del imperio, estaban forzarlos a trabajar en sus construcciones o a servir en su ejército de tres millones de soldados. Trato de destruir la influencia humanizadora de Confucio y otros sabios, cuyas enseñanzas éticas, amenazaban por socavar su régimen dictatorial.
Ch’in Shih Huang-ti vivía en una increíble opulencia. Su espléndido palacio de 2,5 kilómetros de largo y 800 metros de ancho, contenía miles de aposentos, un auditorio revestido de brocado con capacidad para 10,000 espectadores y cuartos para un harén seleccionado entre las mujeres más hermosas del imperio. Pero Ch’in no frecuentaba el palacio muy a menudo – temeroso de ser asesinado -, por lo que mandó a construir 270 residencias imperiales más pequeñas en un radio de 96,5 kilómetros, unidas por túneles subterráneos, durmiendo cada noche en una de las diferentes mansiones. Era un delito penado con la muerte que revelar el paradero del emperador.
La tumba del maníaco monarca, cerca de Xian, era una construcción que insumió 6 años para ser levantada, y resultó ser tan espectacular como sus palacios. Una de las bóvedas subterráneas descubiertas accidentalmente en el 1974, ha llegado a ser, merecidamente, una sensación arqueológica mundial. Alineados en orden de batalla, en el vasto recinto de 213 metros de largo y 61 metros de ancho – una superficie equivalente a veintiocho canchas de fútbol – se encuentra un ejército de tamaño natural de soldados y arqueros en un número de seis mil, junto con carros y caballos, todo moldeado en terracota pintada. Los rostros de los hombres, ninguno de ellos iguales, se cree son los verdaderos retratos de los guardaespaldas del Emperador.
La muralla y los otros incontables monumentos en honor de la insaciable insania del emperador, drenaron a China y declararon la quiebra del país. La rebelión estalló cuando los colonos no pudieron recoger suficiente grano para pagar los exagerados impuestos, y tuvieron que vender sus hijos para cubrir las necesidades de dinero del soberano.
Ch’in murió durante un viaje de quince días desde su capital, en el 204 antes de Cristo, a los cuarenta y nueve años de edad. Su cuerpo debió ser transportado a través de China en un carro durante la noche, con un cartel declarando que se trataba de un cargamento de pescado descompuesto, para disfrazar el olor del cadáver putrefacto. Ch’in fue enterrado secretamente. Ch’in Shih Huang-ti pensó que su dinastía duraría por 10,000 generaciones, pero ésta fue abatida justamente tres años después de su muerte, la más corta de la historia imperial china. Sus magníficos palacios fueron saqueados y demolidos por turbas amotinadas. Sus monumentos destruidos, y una de las grandes cámaras que albergaba su ejército de cerámica fue invadida, las armas robadas y el maderamen del techo quemado.
La única cosa que la gente no atacó fue la venerable Gran Muralla. Los emperadores de la dinastía siguiente, Han, preservaron el monumento y lo ampliaron. Gobernantes posteriores adicionaron 3,218 kilómetros de fortificaciones, contrafuertes y muros secundarios, a los 2,896 kilómetros que había dejado Ch’in. Adquirió su forma final bajo la dinastía Ming, en el siglo XVI d. de C.
¿Merecía este baluarte la sangre, la riquezas, el sufrimiento que insumió? Algunos chinos argumentan que así fue, diciendo que “aunque se sacrificó una generación, ello salvó a miles que las siguieron”. Pero algunos modernos historiadores dudan que la Muralla tuviera seriamente propósitos defensivos. Puntualizan que es demasiado extensa, demasiado costosa para mantener, un derroche de poderío militar, y que la posible defensa se podía brindar contra invasiones, por rutas tales como elevados picos y torrentosos ríos, era imposible. Aunque la Muralla, sin ninguna duda, frenó las correrías de pequeñas bandas de merodeadores, fue asediada repetidamente por ejércitos invasores, el más notable, en el 1260 después de Cristo, con Genghis Khan a la cabeza, quien con sus hordas rápidamente la cruzó en su intento de conquistar China. No obstante, “La Muralla” es más que un emblema cultural y político. Conservando la idea de unidad de todos los pueblos dentro de “La Muralla”, mantuvo a China intacta durante largos periodos de descalabros gubernamentales e incursiones extranjeras, que amenazaba repetidamente con desmembrar el país a través de su historia. La muralla se convirtió en tema favorito de poetas y artistas y una fuente de mágicas creencias para el común. La Gran Muralla creó también una barrera psicológica volviendo los chinos introspectivos, dándoles un sentimiento de aislamiento, de superioridad cultural y de desprecio por lo extranjero que les hizo caer una vez más en la zaga de la de toda civilización en lo referido a las artes y a la guerra.
El colosal monumento al grandioso pasado de China ya no protege la frontera del país, pues sus límites ahora se extienden mucho más allá. Pero su simbolismo es tan potente como siempre. Aun el presente régimen comunista que inicialmente condenó la muralla como un vestigio del “satánico pasado imperial”, ahora la revaloriza como un monumento a “la sabiduría y el poder creativo de las masas trabajadoras”. El gobierno ha empleado un gran esfuerzo para su restauración.
La Gran Muralla ya no mantiene fuera de sus límites a los forasteros. Mas bien los atrae, incrementando más el número de visitantes. Se ha convertido en una de las más redituables fuentes de intercambio exterior, un regalo atribuible casi por entero a la vanidad y un emperador trastornado.
Del Libro SECRETOS LEJANOS Ronald Schiller, (redactor itinerante y escritor de las más importantes revistas americanas entre ellas Reader’s Digest), no regala una síntesis histórica de LA GRAN MURALLA. En sus trabajos,Ronald Schiller visitó sitios arqueológicos inusitados que compiló en el antes mencionado libro: Secretos Lejanos, a menudo en compañía de científicos que a su vez fueron descubridores de tales sitios mencionados, quienes también se dedicaron su estudio. Ronald Schiller guía al lector mediante insólitos viajes hacia los mitos del tiempo, a través de grandes sitios arqueológicos desde Asia y África hasta Europa y las Américas.